A finales del año pasado, Fernando Becerra Montoya fue atropellado por un carro y se salvó de morir en las calles de Saltillo: “le di el paso al vehículo, y me fui por atrás de él, y él se echó de reversa. Pensé que fue adrede. Se iba a hacer un broncón, pero gracias a Dios salí ileso”.
Fernando tiene 33 años y toda la vida se ha movido sobre ruedas, ya sea en patineta, patín del diablo o bici, conoce de caídas y golpes, sabe que la calle es un lugar peligroso para las personas que no andan en coche, un terreno sin empatía donde las máquinas te pasan cerquita y donde falta infraestructura segura para ciclistas y peatones.
“Todos los días son una aventura cuando andas en bici. Sientes la adrenalina cuando inicias el recorrido hasta el punto donde vas”.
Fernando es arquitecto, pintor, dibujante y trabaja en el Instituto Municipal de Cultura de Saltillo. Tiene una hija de 9 años a la que esta Navidad le regaló una bicicleta, y un hijo de 6 años a quien le regaló un patín del diablo.
“Les quiero inculcar el deporte”, dice como padre de familia que pone el ejemplo al montarse en las dos ruedas y hacer trucos en bici BMX y patín del diablo, y al ir todos los días de su casa al trabajo, sorteando baches, carros, combis y, de regreso, le gusta sentir el esfuerzo de agarrar una subida: “está pesado en ciertos puntos, pero ese es el chiste”.
Su bicicleta roja llama la atención de sus compañeros de trabajo. La ven ahí en algún lugar de las oficinas y se animan a usarla, como si volvieran a ser niñas o niños fascinados por la potencia de su cuerpo, por la independencia y libertad que solo se conoce andando en bici por la ciudad.
“Veo que agarran mi bici y me da gusto que lo hagan porque algo les transmito”.
Y quizá sus compañeros no saben que en la secundaria Fernando iba con sus amigos en bicicleta hasta Ramos Arizpe, y luego regresaban, era un hobby que ahora muchos trabajadores hacen diariamente rumbo a las zonas industriales aunque la vialidad no cuenta con ciclovía ni zonas seguras.