Nadie sabe en cuál kilómetro de la vida nos sorprenda el amor. Pero no importa si hemos avanzado una distancia incalculable o si llevamos poco recorrido, si cada subida pesa con toda la carga del mundo o si avanzamos ligeros por las calles o todo tipo de terrenos, para el amor siempre somos unos aprendices. Y quizá las relaciones de pareja son como un paseo en bicicleta, como la vida, que necesitan movimiento para mantener el equilibrio. Corina y Fernando se conocieron en una rodada urbana en Saltillo. Y nos enseñan que amar no es competir.
Amar tiene algo de transparencia. Fernando y Corina fueron una tarde por una malteada después de haber coincidido rodando en un colectivo ciclista. ¿En qué momento la bebida y la plática de una tarde se convirtieron en días avanzando, en kilómetros juntos sobre ruedas hasta llegar al primer atardecer del año, ambos disfrutando a su ritmo –el latido que comparten como pareja– de una ciudad en la que ninguno de los dos nació? Amar es un misterio.
“Es un compromiso y una responsabilidad mantener la relación y seguir aportando”, dice Corina Avilés, trabajadora y ciclista de 39 años. “Todos los días platicamos después de esa malteada. Tratamos de ser lo más transparentes”.
“Uno tiene que estar sumando, crecer como equipo y como persona para que las cosas se den bien, es parte de cualquier relación estable y saludable”, dice Fernando Liceaga, trabajador y ciclista de 38 años.
Quizá el amor también tenga algo de azaroso e insensato. Solo hay magia para explicar la transformación de una bebida en horas y kilómetros. Pero no hay que olvidar que una relación se construye con comunicación y confianza. Los giros del destino pueden aparecer, pero la voluntad y el compromiso de Corina y Fernando conducen la vida en pareja.
Un paseo en bici nos reconcilia con la vida. La amistad y el amor hacen de este mundo un lugar habitable. Y la canción de la vida desborda el silencio para enriquecer nuestro breve paso por esta tierra.
