Las ciudades neutras y otros mitos

Se acabaron las marchas y eventos relacionados al 8M y empiezan las publicaciones de personas que critican las formas, que dicen sentir “paz mental” de ver como limpian las pintas y tiran los carteles con consignas y fotografías de denuncia a la basura[1]. A mí, las marchas y protestas feministas en plazas públicas me parecen un ejemplo claro y abrupto de la neutralidad imaginaria del espacio público; son eventos que te estrujan y te obligan a voltear a ver, a escuchar.

Cuando cuestionamos la neutralidad del espacio se escucha por ahí en el fondo la voz de alguien confundido diciendo “¿¡ahora hasta las ciudades son machistas!?”. Y no es que el espacio público o las ciudades sean inherentemente machistas, pero existe un sesgo importante que determinan como las experimenta cada uno. Históricamente, quienes han estado a cargo de planear y diseñar ciudades y políticas públicas en materia de desarrollo urbano, vivienda y movilidad han sido hombres; se han tomado sus patrones de movilidad como la norma y eso ha regido cómo es que concebimos las áreas urbanas.

Entonces: ¿de qué hablamos cuando hablamos de ciudades?, o más bien, ¿a quién dejamos hablar cuando se trata de hablar de ciudades? La manera en la que alguien con discapacidad física vive o habita la ciudad es muy distinta a la manera en la que vive una persona sin discapacidad. Desde barreras de acceso y accesibilidad, hasta hostilidad en el entorno; y de una forma similar, otros marcadores físicos y sociales como grupo étnico, nivel socioeconómico, género y orientación sexual determinan cómo vivimos las ciudades.

La manera en la que los hombres habitan y exploran sus entornos urbanos es distinta a la experiencia de las mujeres. En primer lugar es dolorosamente obvio ver que la violencia de género determina en gran medida cómo es que las mujeres navegan sus ciudades.

En Saltillo ­el 95 por ciento de las mujeres que utilizan transporte público han vivido un episodio de acoso o abuso sexual en el camión (Infante-Vargas 2021), y según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (INEGI, 2022) el 72.3 por ciento de las mujeres coahuilenses de 15 años o más han sufrido algún tipo de violencia de género en algún momento de sus vidas, siendo la violencia comunitaria –en lugares como parques, plazas, calles y sistemas de transporte– la que predomina.

La violencia de género a la que las mujeres estamos constantemente expuestas determina muchas pequeñas decisiones que tomamos en el día a día para navegar nuestras ciudades. Qué ropa me pongo, en qué rutas de transporte público me siento menos insegura, por cuáles calles prefiero caminar dependiendo de la hora o si voy sola o acompañada.

Esto no quiere decir que los hombres no experimenten inseguridad o miedo al navegar una zona urbana, pero la razón y extensión de sus miedos son muy distintos a los que motivan los miedos colectivos de las mujeres.

En general, los hombres suelen tener miedos asociados a robos o asaltos (con o sin violencia), pero los miedos de las mujeres toman una dimensión de violencia sexual; navegamos nuestros entornos con el miedo incesante de ser agredidas, acosadas, violadas, secuestradas o asesinadas. Comenzamos a desarrollar mapas de miedo, esquemas mentales de la ciudad en los que vamos trazando rutas seguras, atajos y lugares o zonas a evitar.

Poco a poco –y rápidamente– todas estas pequeñas decisiones se van apilando y comienzan a convertirse en una montaña enorme que limita a qué zonas de la ciudad podemos ir, a qué hora podemos salir, qué medios de transporte son seguros.

La violencia de género en el espacio público coarta nuestro derecho a la ciudad, a movernos libremente y por eso es crucial entender que las ciudades no son neutras: las vivimos, y las sufrimos, en maneras muy distintas dependiendo de nuestro contexto y nuestros recursos.

Acaban las marchas y protestas por el 8M y les regresa la “paz mental” a muchas personas que se niegan a ver cómo seguimos normalizando y fomentando ciudades hostiles y violentas para muchos grupos, sobre todo para todas las mujeres. Mientras nosotras seguimos buscando un poco de “paz mental” al renunciar a espacios, oportunidades y a nuestra libertad urbana.

Referencias y bibliografía sugerida:

INEGI (2022) Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2021. ENDIREH. Nacional. INEGI, p. 33. Available at: https://www.inegi.org.mx/contenidos/programas/endireh/2021/doc/nacional_resultados.pdf.

Infante-Vargas, D. (2021) Acosadores a bordo. 1st edn. Editorial Cerdo de Babel.

Ortiz Escalante, S. (2014) ‘Espacio público, género e (in)seguridad’, p. 20. Available at: http://www.cpted-region.org/spanish/.

Pain, R. (1991) ‘Space, sexual violence and social control: integrating geographical and feminist analyses of women’s fear of crime’, Progress in Human Geography, 15(4), pp. 415–431. Available at: https://doi.org/10.1177/030913259101500403.

Rodó-De-Zárate, M. (2016) ‘¿Quién tiene Derecho a la Ciudad? Jóvenes lesbianas en Brasil y Cataluña desde las geografías emocionales e interseccionales.’, Revista Latino-americana de Geografia e Genero, 7(1), pp. 3–20. Available at: https://doi.org/10.5212/Rlagg.v.7.i1.0001.

Valentine, G. (1989) ‘The Geography of Women’s Fear’, 21, pp. 385–390.


[1] Javier de Zatarain (@JavierdeZC) 10/03/2023: [No se pueden imaginar la paz mental que me dió el ir caminando y ver que borraban el daño causado a nuestra catedral. Ya me imagino qué bien se sentiría ver que quienes vandalizaron pagarán los platos rotos. Con suerte algún día], Twitter: https://twitter.com/JavierdeZC/status/1634329387461144578

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